LA
CORONA DE CASTILLA
En política interior, el aspecto más destacable fue la
pugna entre la monarquía y la nobleza. Esta última había adquirido una gran
fuerza a partir de las riquezas obtenidas durante la Reconquista. Por ello,
fueron frecuentes las rebeliones de la nobleza en los periodos de minoría de
edad de los reyes y los problemas dinásticos que se sucedieron a finales del
siglo XIII y XIV en Castilla y León, como con Alfonso XI, que acaba
imponiéndose a los nobles con el Ordenamiento de Alcalá. Con Pedro I el Cruel (1350-1369) los reinos de
Castilla y León fueron testigos de una guerra fratricida entre este monarca y
su hermanastro, Enrique de Trastámara. El triunfo de Enrique II (1369-1379) en
Montiel dio paso al establecimiento de la dinastía Trastámara.
Castilla participó en la Guerra de los Cien Años, apoyando a
Francia y a Inglaterra, según su conveniencia.
Castilla intentó también conseguir la Corona portuguesa durante el
reinado de Juan I (1379-1390) y tras la muerte de su suegro, el rey de Portugal,
sin hijos. No obstante, los portugueses derrotaron a los castellanos en la batalla
de Aljubarrota (1385). Asimismo, el señorío de Vizcaya quedó incorporado a la
corona de Castilla.
Ya durante el reinado de Enrique IV (1454-1474), se hundió la
autoridad real (Farsa de Ávila, 1465). La etapa final de su reinado planteó un
problema sucesorio tras haber apoyado en la sucesión a su hermana Isabel
(acuerdo de los Toros de Guisando), rectificó y nombró sucesora a su hija Juana
la Beltraneja, lo que provocó una guerra civil en Castilla (1474-1479).
A pesar de las difíciles relaciones entre la monarquía y la
nobleza, el reino de Castilla fue fortaleciéndose progresivamente durante los
siglos XIV y XV. Las teorías políticas que, basadas en el Derecho romano,
convertían al rey de señor de vasallos en soberano de súbditos fueron
difundidas por los tratadistas políticos. En cuanto a instituciones, con
Alfonso XI se aprobó el Ordenamiento de Alcalá, que ponía en ejecución las
normas jurídicas de las Partidas. Con los primeros Trastámara se fortaleció el
Consejo Real, órgano de asesoramiento del monarca, al tiempo que se ponía en
marcha la Audiencia, órgano supremo de la justicia, llamada Chancillería desde
mediados del siglo XV. Por lo que respecta a las Cortes, la representación del
tercer estado quedó reducida a solo diecisiete ciudades y villas. También se
reorganizó la Hacienda Real, con la aparición de contadores. Por otra parte, el
ejército real llegó a ser semipermanente.
En política exterior, Castilla, al igual que Portugal,
dirigió su política exterior hacia el Atlántico, pero antes tuvo que
enfrentarse al “problema del Estrecho”, en concreto, al reto planteado, ahora,
por los benimerines, cuya presencia en el área del estrecho de Gibraltar
planteaba la posibilidad de una nueva invasión procedente del norte de África.
El primer éxito fue logrado por Sancho IV (1284 1295), hijo de Alfonso X el
Sabio, al conquistar la plaza de Tarifa (1292), y ya de forma definitiva por
Alfonso XI (1312-1350), tras la batalla del Salado (1340), que permitió la
conquista de Algeciras.
Mientras,
resuelto el “problema del Estrecho”, Castilla, compitiendo con Portugal, empezó
a demostrar su interés por el control de la vecina costa africana y las rutas
atlánticas. A comienzos del siglo XV, durante el reinado de Enrique III (1390-
1406), se inició la conquista de las Canarias (Lanzarote y Fuerteventura) por
Juan de Bethancourt, caballero francés al servicio del monarca castellano. Con
todo, la conquista de las Canarias empeoraba nuestras relaciones con Portugal
al estar también ella muy interesada por estas islas.
En política
interior se incorporó a la corona de Aragón el reino de Mallorca, que había
sido independiente. Durante el siglo XIV los monarcas se enfrentaron con las
Cortes para conseguir financiación en las campañas exteriores en Sicilia,
Cerdeña, Nápoles y los Ducados de Atenas y Neopatria (almogáraves).
A principios del siglo XV, la dinastía reinante hasta entonces en
la corona de Aragón se extinguió tras la muerte de Martín I el Humano. El
Compromiso de Caspe (1412), logrado tras el encuentro de los representantes de
Aragón, Cataluña y Valencia, permitió que Fernando de Antequera (hermano de
Enrique III de Castilla, miembro de la dinastía Trastámara) obtuviera la Corona
de Aragón, iniciándose el dominio de los Trastámara en Aragón. Le sucedió su
hijo Alfonso V (1416-1458), que fue el conquistador del reino de Nápoles.
El último
monarca medieval de Aragón fue Juan II (1458-1479), quien tuvo que afrontar a
una dura guerra civil en Cataluña (1462-1472) derivada de su política su
política centralizadora y su planteamiento de supeditar los intereses
particulares de cada territorio a los superiores de la monarquía. Como ejemplo
de esa resistencia al centralismo se puede apreciar la oposición de la
oligarquía de Barcelona (agrupada en la “Biga”) a ser desplazada del poder
municipal en beneficio de los sectores populares pertenecientes a la “Busca”.
En la misma línea, la Generalitat también se enfrentó con el monarca que
pretendía acabar con la tradición del pactismo e imponer la autoridad real.
Todo ello, sumado a la alianza coyuntural entre el rey y los payeses de
remensa, provocó una guerra civil en Cataluña (1462-1472). El conflicto se
decantó, con la ayuda francesa, a favor de Juan II. En 1479 murió Juan II y
heredó la Corona su hijo Fernando, quien puso fin definitivo al conflicto en el
campo, con la Sentencia Arbitral de Guadalupe (1486) que abolió la
remensa y los malos usos.
En cuanto a las instituciones, la corona de Aragón era una
confederación de reinos con instituciones diferenciadas bajo un mismo soberano.
La tradición feudal (especialmente intensa en Cataluña) permitió el desarrollo
de una monarquía pactista (entendida como pacto entre el rey y el reino
representado por las clase dominantes: nobleza) que gobernaba de acuerdo con
las Cortes, aunque el proceso de centralización se acentuó a partir del siglo
XIII con la creación de la Audiencia y la reorganización de la Hacienda.
El rey se apoyaba en una Curia, que más tarde pasó a ser el
Consejo Real. Las Cortes de cada reino tenían su identidad. Las catalanas
tenían gran poder legislativo y fiscal. Se creó la Diputación del General o
Generalitat, sin duda una institución clave, como delegación de las Cortes.
Diputaciones generales se crearon, unos años después, en Aragón y en Valencia.
Una figura específica era el Justicia Mayor de Aragón, suprema autoridad
judicial, designado por el rey y controlado por las Cortes.
En política
exterior, terminada la Reconquista, para Aragón se inicia de forma temprana
la expansión mediterránea. Con ella, además del control de territorios, se
defendían las rutas comerciales establecidas en el Mediterráneo por la
burguesía catalana que apoyaba la política de expansión mediterránea llevada a
cabo por los reyes, facilitando recursos monetarios y las naves necesarias.
Pedro III
(1276-1285) conquistó Sicilia (1282). Más tarde, Jaime II (1291-1327) ocupó la
isla de Cerdeña (1323). Con anterioridad, los almogávares, mercenarios
catalanoaragoneses, habían intervenido en el Imperio Bizantino en las luchas
entre turcos y bizantinos. Al final terminaron controlando los ducados de
Atenas y Neopatria, que se mantuvieron vasallos de Aragón hasta finales del
siglo XIV. Finalmente, a mediados del siglo XV, el rey Alfonso V el Magnánimo
(1416-1458) amplió la presencia aragonesa con la conquista de Nápoles.
EL REINO DE NAVARRA
El reino
de Navarra careció de posibilidades de expansión territorial a costa de los
musulmanes. Encerrado entre los poderosos vecinos –Castilla, Francia, Aragón-,
inició un acercamiento a Francia. A finales del siglo XIII, Juana, reina de Navarra,
contrajo matrimonio con el rey de Francia, Felipe IV. De esta forma, hasta la
desaparición de la dinastía Capeta, los reyes de Navarra lo fueron
simultáneamente de Francia. En 1329 una nueva dinastía, la casa de Evreux, se
hizo cargo del trono. Los intereses franceses de la nueva dinastía implicaron
decisivamente a Navarra en la guerra de los Cien Años (1337-1453).
En 1420,
el matrimonio entre la heredera al trono, Blanca de Navarra y el infante, Juan,
hijo de Fernando I de Aragón (1412-1416), devolvió la atención del reino
navarro al escenario peninsular. La muerte de la reina (1441) y las
interpretaciones interesadas de su testamento abrieron la puerta al
enfrentamiento.
Juan retuvo el poder y relegó a su hijo Carlos, Príncipe de Viana, quien nunca llegará a ser rey. Ello provocará la guerra civil entre agramonteses (campesinos del llano) y beaumonteses (pastores de la zona montañosa). Los primeros eran partidarios del gobierno de Juan, que, años después, sería Juan II de Aragón (1458-1479). Los segundos preferían la coronación del hijo, el príncipe Carlos de Viana. Durante años, la guerra entre ambos bandos asoló Navarra. Muerto el príncipe de Viana, el conflicto se prolongó hasta la intervención, en 1512 de Fernando el Católico.
Juan retuvo el poder y relegó a su hijo Carlos, Príncipe de Viana, quien nunca llegará a ser rey. Ello provocará la guerra civil entre agramonteses (campesinos del llano) y beaumonteses (pastores de la zona montañosa). Los primeros eran partidarios del gobierno de Juan, que, años después, sería Juan II de Aragón (1458-1479). Los segundos preferían la coronación del hijo, el príncipe Carlos de Viana. Durante años, la guerra entre ambos bandos asoló Navarra. Muerto el príncipe de Viana, el conflicto se prolongó hasta la intervención, en 1512 de Fernando el Católico.
EL REINO DE GRANADA
El reino de Granada nació en 1246 por acuerdo entre Fernando III
de Castilla (1217-1252) y un noble de linaje de los Nasrí (Banu Nasr o
Nazaríes) que había colaborado con aquél en sus conquistas. En pocos años, el
reino nazarí quedó confinado a las actuales provincias de Granada, Málaga y
Almería. Por el norte, estaba controlado por los castellanos. Por el sur, por
benimerines, que aspiraban a entrar en la Península. La victoria de Alfonso XI
(1312-1350) en la batalla del Salado (1340) puso fin a sus amenazas.
La interrupción del contacto con África bloqueó definitivamente el
reino de Granada. Su último siglo y medio de existencia hasta 1492 lo vivió
marcado por cuatro hechos: la tensión del cerco castellano; las luchas entre
linajes que combatían por el poder; la intensa actividad artesanal y mercantil,
dirigida, en parte, por comerciantes genoveses asentados en Málaga; y el
esplendor intelectual y artístico simbolizado en el palacio de la Alhambra.
Un aspecto esencial fue la llegada masiva de andalusíes
procedentes de otros reinos musulmanes que huían de la conquista cristiana. Se
incrementó así la población y la potencialidad económica del reino, basada en
la agricultura de regadío y la producción sedera.
El reino
nazarí alcanzó su máximo esplendor durante el XIV, bajo el reinado de Yusuf I y
su hijo Muhammad V. No obstante, se mantuvo como reino vasallo de Castilla. La
unión de Castilla y Aragón acentuó la dinámica reconquistadora cristiana desde
1480 hasta su anexión en 1492.
EL REINO
DE PORTUGAL
La monarquía portuguesa había adquirido una gran fortaleza en la
época del rey Dionís (1279-1325) quien firmó con Fernando IV de Castilla el
Tratado de Alcañices que estipulaba, entre otras cosas, la delimitación
fronteriza entre los entonces reinos de Portugal y de León. Durante la primer
mitad del XIV Portugal colaboró con Castilla en la “batalla del Estecho” contra
los benimerines.
Al igual que el resto de reinos ibéricos en Portugal la nobleza se
hace fuerte y, a finales del XIV sufre una fuerte crisis política al
extinguirse la dinastía real y deber pasar la corona a Juan I de Castilla por
derecho matrimonial. Sin embargo, la Casa de Avis (dinastía real por línea
bastarda) se hace con el trono y derrota a los castellanos en Aljubarrota
(1385). Portugal consolida su independencia y establece una alianza estable con
Inglaterra.
Libre de
problemas internos Portugal se lanza a una expansión marítima y territorial por
el norte de África con Juan I y su hijo Enrique El navegante creando un
incipiente imperio colonial que, desde Guinea permite un acceso privilegiado al
oro africano. La enorme prosperidad lleva a Alfonso V (1438-1481) a plantearse
la anexión de Castilla mediante el apoyo a la nobleza castellana contraria a
Isabel y el casamiento con su sobrina Juana (1475) hija de Enrique IV.
Finalmente, su derrota en la batalla de Toro (1476) puso fin a sus
pretensiones.
CRISIS
DEMOGRÁFICA Y ECONÓMICA
CRISIS
DEMOGRÁFICA Y LA REGRESIÓN ECONÓMICA DEL SIGLO XIV.
En el siglo XIV hubo en toda Europa mediterránea y amplias áreas
de Europa central un colapso generalizado de la vida económica y social cuya
principal manifestación fue la difusión de epidemias. Hasta entonces, la
expansión y las conquistas territoriales habían permitido el crecimiento
demográfico y económico. En la Península Ibérica el crecimiento demográfico
experimentado entre los siglos XI-XIII se desarrolló de forma paralela a la
expansión territorial de los estados cristianos (Repoblación-Reconquista).
La difusión de epidemias, y en especial a partir de 1348 de la
Peste Negra, provocó una elevada mortandad. La gravedad de la catástrofe
demográfica a raíz de la epidemia de peste fue mayor por la desnutrición y la
hambruna generalizada, además conviene destacar la frecuencia de los “malos
años”, en los que prácticamente se perdían todas las cosechas a causa de las
adversas condiciones climáticas generando serias crisis de subsistencias.
Las consecuencias económicas de esta doble crisis agraria y
demográfica fueron tremendas: reducción de las tierras de cultivo,
despoblación de amplias zonas, escasez de mano de obra, alza de precios y
descenso de las rentas que percibían los grandes propietarios territoriales. Todo
ello derivó en un aumento de los conflictos y tensiones sociales entre
nobleza-rey, nobleza-campesinos y brotes de intolerancia religiosa con la
población judía.
El hambre y la peste no llegaron solas. La guerra las acompañó.
Varios conflictos fueron esencialmente destructivos: en la segunda mitad del
XIV, la guerra de los dos Pedros, entre Castilla y Aragón y la guerra civil de
Castilla, entre Pedro I y su hermanastro Enrique de Trastámara.
Las mayores pérdidas de población se dieron en Aragón y Levante.
Debe destacarse el caso de Cataluña donde la incidencia fue mayor, pasando de
550.000 habitantes en 1300 a 260.000 todavía en 1480. En Castilla y Portugal,
sin embargo, la incidencia fue menor.
SIGLO XV. LA
RECUPERACIÓN DE LA CRISIS Y LOS CAMBIOS ECONÓMICOS
En la corona de Castilla desde principios del siglo XV se
produjo un relanzamiento económico adaptado a las nuevas circunstancias, así
conoció un notable auge la ganadería ovina trashumante, favorecida por
el retroceso agrario. Paralelamente, se abrió para Castilla el mercado de
Flandes, interesado en la lana para su industria textil. Por los puertos
del Cantábrico oriental se exportaba, fundamentalmente, lana y hierro, a cambio
de manufacturas, entre ellas, tejidos. Otro importante foco mercantil estaba en
el suroeste de Andalucía, cuyos agentes eran los mercaderes genoveses
establecidos allí. Por otra parte, las ferias de Medina del Campo se
convirtieron en las más importantes de toda la España cristiana. En los últimos
siglos de la Edad Media se desarrollaron, asimismo, las actividades bancarias.
Entre 1275 y 1356 la Corona de Aragón alcanzó una formidable
expansión económica paralela a la expansión militar, destacando el comercio
catalán durante el siglo XIV. Era un comercio que se proyectaba en diversas
direcciones: el Mediterráneo oriental, la costa norteafricana y la zona occidental
de este mar. Los catalanes exportaban básicamente paños e importaban, sobre
todo, sedas y especias. Sin embargo, en el transcurso del siglo XV, Cataluña
vivió una época de numerosas dificultades, patentes sobre todo en el declive
del comercio, debido en parte al avance de los turcos por el Mediterráneo. En
cambio, en ese siglo conoció un gran auge el puerto de Valencia, desde
el que se comerciaba muy activamente con los restantes países de los reinos
peninsulares, así como con el norte de África.
LA
SOCIEDAD Y LOS CONFLICTOS SOCIALES EN LOS SIGLOS XI-XV
TENSIONES
SOCIALES
La sociedad peninsular bajomedieval y a pesar del creciente
incremento de las actividades no agrarias –artesanía, comercio-, era una
sociedad predominantemente rural y plenamente feudal. Una de las
características de los siglos XIV y XV fue la consolidación del señorío
pleno –territorial y jurisdiccional- por parte de la nobleza y que tuvo
como respuesta, ante el agravamiento de las condiciones del campesinado, una
serie de sublevaciones de distinta naturaleza.
En Castilla la alta nobleza afianzó su posición hegemónica, en
buena medida gracias al apoyo a los Trastámara, que les concedió numerosas mercedes
o donaciones que dieron lugar a la creación de auténticos estados
señoriales. Estos ricos hombres, como se les conocía en la época,
consiguieron consolidar sus dominios con el establecimiento del sistema de mayorazgo,
institución feudal que aseguraba la transmisión indivisa del patrimonio a
los herederos. De esta oligarquía aristocrática procedían también quienes
ostentaban los maestrazgos de las órdenes militares, los obispados y las
abadías de los grandes monasterios y el cargo de alcaldes de la Mesta.
El campesinado constituía la mayoría de la población, aunque
dentro de este término se encerrasen situaciones sociales muy distintas desde
el labrador acomodado al jornalero. Los campesinos cultivaban las tierras
ajenas (señoriales o reales) por las que debían satisfacer censos, tributos
y diezmos. Su situación empeoró a raíz de la crisis económica de la segunda
mitad del XIV ya que la reducción de la mano de obra y del cultivo de tierra se
tradujo en una reducción de la renta señorial ante la que la nobleza
respondió con un proceso de señorialización para evitar la caída de sus
rentas. En consecuencia se produjo un incremento de la tensión social con
conflictos antiseñoriales.
En el ámbito urbano también existieron factores que
provocaban la inestabilidad social. Además de acrecentarse las diferencias
sociales, fue muy importante el control de los municipios por los grupos
oligárquicos (oligarquías urbanas) formadas por pequeña nobleza castellana
o ciudatadans honrats en Cataluña que se perpetuaban en los cargos
convirtiéndolos en parte del patrimonio familiar. Contra ello luchaban los
elementos del Común.
En este marco social podríamos destacar algunos de los conflictos
más importantes del periodo:
- Movimiento irmandiño. El descenso
del ingreso señorial (rentas) provoca actividades de saqueo, este problema será
especialmente grave en Galicia, donde con la autorización del rey se forman
Hermandades para luchar contra estos abusos. Finalmente la nobleza gallega, con
apoyo de tropas portuguesas, desarticuló el movimiento.
- El conflicto de los payeses de remensa en Cataluña arranca de finales del XIV y alcanza su punto culminante en 1462
en plena guerra civil entre la monarquía (Juan II) y la oligarquía catalana (Generalitat).
Los payeses estaban sometidos a unas instituciones feudales muy opresivas
(malos usos) de las que destacan la adscripción del campesino a la tierra y la
prohibición de abandonarlos sin previo pago de su redención (remidença). Los payeses
pobres reclamaban la abolición del
censo y la plena propiedad de la tierra que cultivaban. Finalmente obtuvieron
de Fernando II el Católico la llamada Sentencia Arbitral de Guadalupe (1486)
que abolía los malos usos previa indemnización de los señores.
- Revuelta forera en Mallorca (1450-1452) arranca del conflicto que desde el siglo XIV
tenían los municipios foráneos del campo contra la oligarquía de la ciudad de
Palma que ejercía el dominio político y fiscal. Los municipios reclamaban más
participación y una justa redistribución de la carga fiscal. Finalmente,
Alfonso V envió tropas italianas desde Nápoles que con gran violencia acabaron
con la sublevación.
- Conflictos urbanos: El conflicto entre masas populares (gentes del
Común) y la oligarquía urbana tuvo su mejor ejemplo en el conflicto entre la
Biga y la Busca en la ciudad de Barcelona. Las peticiones de reforma del
gobierno municipal en la Corona de Aragón contaban con la simpatía de la
monarquía y provocaron una lucha abierta en Barcelona en 1450 entre los
partidos de la Busca y la Biga. La Biga era el partido de la oligarquía
–ciutadans honrats y grandes mercaderes y rentistas – que dominaban el gobierno
de Barcelona. Por su parte, la Busca, partido popular integrado por los
maestros de oficio, artesanos y pequeños mercaderes, perseguían una reforma
municipal en sentido democrático y criticaban la situación económica y
financiera de la ciudad. Finalmente, la oposición de la Biga desde las Cortes y
la Generalitat, la escisión de los buscaires entre moderados y extremistas
permitieron a la Biga recuperar el poder y acrecentar el conflicto entre la
Generalitat y la Monarquía en una prolongada guerra civil en Cataluña
(1462-1472).
TENSIONES SOCIO-RELIGIOSAS. RUPTURA DE LA
TOLERANCIA RELIGIOSA Y ANTIJUDAISMO.
Desde el punto de vista socio-religioso, en la
sociedad bajomedieval de los reinos hispánicos existían tres comunidades: la
cristiana, mayoritaria; la judía y la mudéjar, minoritarias, aunque ésta última
constituía un numeroso grupo en la Corona de Aragón, en particular en Valencia
y Murcia. Hasta finales de la Edad Media se había mantenido una relativa
tolerancia entre las distintas comunidades que se rompió violentamente, sobre
todo, en el caso de los judíos, a partir del siglo XIV.
La población mudéjar era predominantemente rural,
en general campesinos y jornaleros que trabajan las tierras en duras
condiciones de vida por la excesiva presión señorial. En Castilla el número de
mudéjares había decrecido, bien por su conversión al cristianismo o por su
paulatina emigración al reino de Granada.
La minoría judía sufrió durante la Baja Edad
Media un violento antijudaísmo y una fuerte hostilidad hacia los conversos que
se explica por la confluencia de varios factores de naturaleza religiosa y
socioeconómica. Los judíos eran considerados por la Iglesia como un pueblo
deicida (culpables de la crucifixión de Cristo). Por otro lado, judíos y
conversos desempeñaron un activo papel en la vida económica como prestamistas
(práctica de la usura) de la monarquía y la nobleza así como arrendatarios de
las rentas e impuestos de la monarquía, lo que en épocas de crisis y presión
fiscal, como los siglos XIV y XV provocaba una gran hostilidad. Sin embargo,
sólo una minoría gozaba de una elevada posición económica frente al conjunto
compuesto fundamentalmente por pequeños artesanos y comerciantes.
Durante la guerra civil castellana entre Pedro I
y Enrique de Trastámara los judíos serán perseguidos por el bando
trastamarista, sucediendo varias sangrías como la de Toledo. En 1391 se origina
en Andalucía una gran ola antisemita que se extiende por Castilla y Aragón. Se
producen incendios, saqueos, asesinatos y bautismos masivos. En la Corona de
Aragón el rey les defiende, pero hace pagar a los judíos el coste de su
protección, y al finalizar los pogromos impone severas multas a los
culpables. En ocasiones a todo un municipio como en el caso de Valencia.
El problema querrá resolverse en 1480 con el establecimiento de la Inquisición en Castilla y de forma
traumática en 1492 con su expulsión. Durante los siglos XVI y XVII seguirá
habiendo querellas por cuestiones de limpieza de sangre y descendencia
judeoconversa.
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